Palabras en la recepción del Premio Nacional a la Investigación Socio-Humanística otorgado por la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Diciembre de 2013

 

Agradezco muy cumplidamente esta distinción que mucho me honra y enorgullece. Nacida en la Argentina, pero radicada en México desde 1980, con un esposo argentino y mexicano y tres hijas mexicanas, puedo ya decir que la mayor parte de mi vida adulta la he pasado en este país que me recibió con los brazos y los abrazos abiertos. Otro tanto puedo decir de la gran Universidad Nacional Autónoma de México, en la que tengo el enorme orgullo de trabajar. Y es dentro de esta gran casa de estudios,  en el Centro fundado por el filósofo Leopoldo Zea, hoy llamado Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe, al que me incorporé hace ya más de 25 años, donde fortalecí mi conocimiento y devoción por la gran patria latinoamericana a la que hace exactamente cien años llegaron mis propios abuelos inmigrantes.

Poder ser hoy reconocida como investigadora a nivel nacional, evaluada por prestigiosos colegas de distintas universidades del país, galardonada por la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, resulta no sólo un gran honor sino también un altísimo reconocimiento que confirma mi pertenencia a un nosotros. Es ésta una de las más grandes satisfacciones académicas que México generosamente me ha dado, y se une a otra que ha tenido un singular valor para mí: el momento en que fui invitada a coordinar un volumen sobre la obra de Ignacio Ramírez, eminente mexicano del siglo XIX que fuera  uno de los abanderados de la palabra de la reforma en la república de las letras del siglo XIX.

Es que, en efecto, cada uno de estos reconocimientos es a la vez un nuevo modo de estrechar lazos y responsabilidades con esta gran nación que me recibió en la navidad de 1980. Yo llegaba con una tesis bajo el brazo, tesis dedicada a un estudio comparativo entre la poesía tradicional argentina y el corrido mexicano: un texto que me granjeó la entrada a El Colegio de México. Desde entonces no ha dejado de deslumbrarme el conocimiento de autores novohispanos, la obra de Lizardi a fines del XVIII y de Ignacio Ramírez en pleno siglo XIX. Y desde luego que ahondar en el estudio de los grandes del siglo XX mexicano como Alfonso Reyes, Juan Rulfo, Rosario Castellanos, Octavio Paz, Carlos Fuentes, así como en grandes revistas como Cuadernos Americanos y casas editoriales de la magnitud del Fondo de Cultura Económica,  no hicieron sino confirmar mi admiración por el genio estratégico capaz de encabezar una cruzada cultural como lo hicieron de José Vasconcelos, Alfonso Reyes, Daniel Cosío Villegas o Jesús Silva Herzog.

He procurado siempre buscar, en el estudio de estas figuras individuales, la intensa capacidad intelectual y la experiencia de vida que los llevaron a comprometerse con su momento histórico y su mundo. He procurado también buscar, en el estudio de un género en particular, el ensayo, la posibilidad de comprensión del trabajo intelectual y el compromiso de los escritores con su realidad y su cultura. 

Se ha dicho ya muchas veces que estamos ante el despegue de una nueva era, que es la era del conocimiento.  Ya no es posible pensar en la educación como  mera transmisión de contenidos, sino en procesos formativos que ayuden a las jóvenes generaciones a aprender a aprender.

A diferencia de otras épocas y de otros siglos en que se ponía énfasis en el intercambio de metales o de materias primas, hoy el patrimonio más preciado, entre los individuos como entre las naciones (para tomar la expresión de Benito Juárez),  es el conocimiento, momento luminoso que no nos debe hacer olvidarlos muchos dramas y peligros de nuestros días. No sólo se multiplican los circuitos de información sino los desafíos de una formación que cumpla las exigencias de ser sólida y a la vez plástica, cimentada y a la vez dinámica, y que permita entender dónde estamos parados así como orientarnos respecto de la posible dirección en que se dará el nuevo salto de conocimiento. Nunca antes en la historia de la humanidad podemos asistir deslumbrados ante el espectáculo de un mundo que se convierte cada día en un nuevo mundo.

Y por sobre todo, en lo personal, asomarme al mundo desde el mirador del ensayo me ha permitido profundizar en temas mayores como la lectura y la escritura, aportar mi grano de arena en el contagio de la pasión por la lectura y el conocimiento, así como el desafío de alcanzar un nuevo humanismo que no puede estar ya separado de los avances científicos y tecnológicos, que no puede encerrarse en lo local cuando debe enfrentar los desafíos de lo global, pero que al mismo tiempo no debe dar la espalda a lo propio por caer en la tentación de lo extranjero. Las pantallas de las computadoras pueden actuar como muros o como ventanas; como tentaciones de conformismo o como acicates para grandes aventuras del conocimiento. Asomarnos hoy al mundo desde esas nuevas ventanas nos lleva necesariamente a volver a preguntarnos por la relación entre el conocimiento y la vida: una pregunta cuya respuesta debe ser hoy más que nunca una respuesta ética.

Mucho agradezco nuevamente esta distinción, que premia además la dimensión socio-humanística del quehacer intelectual y su contribución al conocimiento y a la construcción de un ser humano íntegro e integral.

                                                                    Dra. Liliana Weinberg